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"El sexto sentido"

  • Foto del escritor: Mario Peña
    Mario Peña
  • 17 feb 2018
  • 3 Min. de lectura

Nunca me habían parado en la calle para hacerme una entrevista, así que decidí ceder diez minutos de mi tiempo para atenderle.

Sólo me hizo una pregunta pero muy sesuda “Si hubiera que añadir un sexto sentido, ¿cuál elegirías?”.


Sobre la marcha me vinieron a la mente algunos más o menos interesantes que analicé mentalmente antes de darle una respuesta.

El primero que me vino a la mente fue el SENTIDO DE LA VIDA, pero me pareció demasiado profundo y transcendente como para obligar a reflexionar a cada individuo sobre su “de dónde vengo y a dónde voy” y paso de que los psicólogos puedan incrementar sus ingresos gracias a mí.

También pensé en El SEXTO SENTIDO femenino, pero el hecho de que esa intuición especial sólo sea patrimonio de las mujeres me parece discriminatorio, por lo que incorporar este sentido siendo que el hombre no lo tiene desarrollado, no lo veo justo, ¿o qué?

Luego afloró el SENTIDO DEL RIDÍCULO que descarté rápidamente. Pienso que tenerlo no es una ventaja sino todo lo contrario, ya que condiciona la espontaneidad de ser nosotros mismos.

No se me olvidó el SENTIDO COMÚN. Me parece un buen sentido, aunque me lo reservaría como séptimo si me dejasen ampliar la elección. Éste también lo descarto, ya que se mueve en un entorno de términos de prudencia, lógica o coherencia, lo que frena la iniciativa y creatividad del individuo.


Tras un parón mental, retomé el esfuerzo y caí en uno que nunca he tenido, el SENTIDO DE LA ORIENTACIÓN, que es útil y te ahorra muchos pasos en balde, y si no lo tienes desarrollado como es mi caso, te permite descubrir lugares que no esperabas y aprenderte de memoria una ruta a la tercera vez que vuelves a pasar por ella, aunque ésa no fuera tu intención.

Y sin esperarlo, me vino otro a la cabeza, el SENTIDO FIGURADO, que más que un sentido es una excusa, ya que es decir lo que quieres decir, pero sin que se note que lo has dicho. Un lío, así que descartado.


Cinco minutos después de la compleja pregunta y de no haber pronunciado ni una palabra, le solté todo sonriente, el SENTIDO DEL HUMOR.

Crecido y convencido del acierto de mi respuesta, le maticé que no sólo lo incorporaría, sino que lo pondría en primer lugar.


Aunque el entrevistador ya se había ido, pero como soy algo cuadriculado y había quedado en cederle diez minutos, aún disponía de cinco para el tema, por lo que seguí reflexionando sobre mi respuesta. La vida nos viene como viene, y está en nuestras manos el cómo gestionarla. La podemos afrontar con resignación, a cara de perro o con sentido del humor. Y si éste se adereza con una buena dosis de ironía, ya es la bomba.


Podemos vivir sin ver (como dicen algunos, para lo que hay que ver…), sin oír (por algo han inventado la sordera selectiva), sin olfato (abundan los que no huelen lo que les viene encima), sin gusto (es evidente que muchos no lo tienen, ni para vestir ni para nada), y hasta sin tacto (son los bestias que no tienen mano izquierda para tratar con el resto de los humanos). Pero lo que no podemos es vivir sin sentido del humor.


Acabados los diez minutos de conseción, retome mi camino con la satisfacción de pensar que acabada de salvar al mundo.


“La vida es demasiado importante como para tomársela en serio”, Oscar Wilde.


 
 
 

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