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"Adoquines del Pilar"


Queríamos enviar un detalle a los nuevos amigos ingleses que conocimos en las últimas vacaciones.

Pensé, ¿que compraría como souvenir un turista que visite Zaragoza?, y sabiendo su predilección por los dulces, pensé… “adoquines del Pilar”.


Rápidamente reflexioné: entiendo que es un regalo típico que sirve como recuerdo, pero si lo analizo fríamente desde los ojos de un foráneo, ¿qué concepto se harán de nosotros?

Hablo de un caramelo duro como el que más (de ahí su nombre), cuya única manera de deshacerte de él es chupándolo, por lo que te puede durar días. El tamaño del más grande pesa cinco kilos y una de las jotas de picadillo que aparecen en el interior de su envoltorio dice textualmente: “Mi mujer está de parto y mi burra va a parir, como no venga el partero ya no sé donde acudir”.


Supongo que en más de un aeropuerto los habrán requisado por considerarlos armas arrojadizas de máximo riesgo.


De todas las maneras, tiene su mérito vender un producto como típico, cuando ningún zaragozano lo consume o por lo menos nadie se atreve a reconocerlo. Aunque en esto nos ganan los comerciantes de Las Ramblas de Barcelona, donde ofrecen como souvenir “sombreros mexicanos”.


Bajé de mi reflexión y aprovechando que estábamos en Semana Santa, les envié un WhatsApp: “hola chicos, os envío unas torrijas, espero que os gusten”.


Entiendo que hay que apostar por los productos de la zona, por lo que tengo remordimientos con los pobres adoquines, así que estoy pensando en recoger firmas para que los incorporen en la cabalgata de Reyes y que los sustituyan por el arroz que se lanza en las bodas. Aún diría más, un año lo haría con los adoquines y otro con las “frutas de Aragón”.


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