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¡Qué afortunado!


Era martes y acabada de comer. Uno de mis mejores amigos me llamó para quedar a tomar un café y contarme algo, que por su tono de voz, debía ser importante.

Ya en el bar y un poco más calmado, me dijo que se iba a separar. Que si su mujer esto, que si su mujer lo otro, el caso es que cuando nos despedidos, reflexioné sobre la conversación, o mejor dicho, sobre su monólogo y mi reflexión fue lapidaria: “que mala suerte ha tenido mi amigo, con lo buena persona que es”.

De camino a casa, un pensamiento me llevó a otro, desfilando por mi mente todos aquellos acontecimientos que implicaban conflicto, ya sea sentimental, laboral o cotidiano. Y qué casualidad, en todos los casos comprobé que la parte perjudicada, la que no tenía ninguna culpa de nada, era la relacionada conmigo y que casualmente era la que me había contado su versión particular de cada fatal desenlace.

En todas las separaciones que me vinieron a la mente y donde yo era amigo de uno de ellos, el otro cónyuge siempre había sido el culpable. En los casos donde mis amigos habían sido despedidos, había sido por culpa de un encargado hp*, de un jefe hp* o el hp* de RRHH.

Otro que era autónomo y familiar mío, había tenido que cerrar por la falta de interés de sus tres empleados. Y hasta a un amigo que le llaman “el fitipaldi”, le había chafado el coche un contenedor que se le puso delante sin previo aviso y a las tres de la mañana, ¡mira tu que horas!, me dijo. Y aún le apuntillé, pues sí, esas no son horas de que los contenedores estén en la calle.

Y pensé, ¡Qué afortunado que soy!, así que me quedé mucho más tranquilo al considerar que si alguna vez soy el protagonista de un conflicto de este tipo, nunca seré el culpable.

*hp, en ninguno de estos supuestos, se trata de una marca americana de impresoras.


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