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"Esas encantadoras baldosas huecas"


¿Quién no ha tenido sus más y sus menos con una baldosa?, pero no con una baldosa cualquiera, sino con una baldosa cabrona, de esas huecas que están estratégicamente camufladas en cualquier acera de la ciudad, en mi caso Zaragoza.

Su aspecto es inocente, gris, aparentemente desapercibida entre el resto, pero que se activa automáticamente cuando llueve o cuando la persona que friega el patio de una comunidad, arroja el contenido de su cubo (agua sucia, lejía y jabón) sobre ellas, pensando que así limpia la acera.

Debería haber una ley de Murphy que dijese: “cuando llueve, pises donde pises, siempre pisarás una baldosa hueca”. Y añadiría el anexo: “y siempre ocurrirá cuando salgas de casa, nunca cuando vuelvas.

Siempre me ha gustado ir al trabajo o a donde sea y llevar los zapatos, el pantalón, las medias o la falda larga, allá cada uno como se vista, con una generosa y vivaracha mancha de barro urbano, cuando no es de lejía comunitaria. Es un tema que da mucho juego a la hora de justificar las pintas que llevas desde “el incidente” hasta que vuelves a casa.

Ese momento es muy interesante, ya que descubres tu otro yo, aflorando oscuros instintos que tenías olvidados, donde recuerdas con intensidad al que alicató el suelo, a su familia ascendiente, a la empresa subcontratada de la obra y al rácano que escatimó cemento para fijarla como Dios manda.


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